miércoles, 7 de noviembre de 2012

**LAS ESTACIONES DE LA VIDA

Llevo unos días con una extraña sensación de bienestar. Confieso que es una sensación que llevaba cierto tiempo huyéndome, porque no siempre el día a día es fácil. Y es que la vida se sigue empeñando en subirme y bajarme cual montaña rusa en eterno movimimento... Pero quizá es tiempo de renovarse, tiempo de mirar con perspectiva y asentar sueños e ilusiones. O renovarlos, directamente. Quizá es que estoy aprendiendo a relativizar, a liberarme de lastres que complican el camino. Puede ser que esté asumiendo y entendiendo, que esté dejando espacio a la vida para que organice y redistribuya. Y es -y eso lo sé positivamente- que cada vez que me regaláis momentos especiales (hoy uno, sin ir más lejos), mi ser se llena de una energía tan auténtica que me encandila de paz el alma. Y eso es un regalazo.


Os dejo un breve cuentito. Porque todos pasamos por nuestras propias estaciones y solo necesitamos que quien nos quiere bien, lo entienda y nos de la opción de pasar por cada una de ellas. Y porque no hay primavera en la que renacer sin un duro invierno. 

¡¡Mil besos llenos de magia!!

(...)


Había un hombre que tenía cuatro hijos. Como parte de su educación, él quería que ellos aprendieran a no juzgar a las personas y las cosas tan rápidamente como suele hacerse. Entonces los envió a cada uno, por turnos, a ver un árbol de peras que estaba a gran distancia de su casa.

En su país había estaciones, así que el primer hijo fue en invierno; el segundo en primavera; el tercero en verano y el cuarto en otoño. Cuando todos habían ido y regresado, el padre los llamó y les pidió que describieran lo que habían visto.


El primer hijo dijo que el árbol era horrible, giboso y retorcido, parecía seco y sin vida.

El segundo dijo que no, que el árbol estaba cubierto de brotes verdes y lleno de retoños que prometían flores.

El tercer hijo no estuvo de acuerdo: él dijo que estaba cargado de flores, que emanaba un aroma muy dulce y se veía hermoso; era el árbol más lleno de gracia que jamás había visto.

El último de los hijos tampoco estuvo de acuerdo con ninguno de ellos. Dijo que el árbol estaba cargado de peras maduras, lleno de savia y bienestar. Como los pájaros acudían al peral para comer de los frutos que se estaban marchitando, todo a su alrededor se llenaba de un exquisito aroma.

Entonces el padre les explicó a sus hijos que todos tenían la razón, porque ellos sólo habían visto una de las estaciones de la vida del árbol. Y añadió que por eso no se podía juzgar a una persona por sólo ver una de sus temporadas.

“La esencia de lo que son las personas, -el placer, la tristeza, el regocijo y el amor que vienen con la vida- sólo puede ser medida al final, cuando todas las estaciones hayan pasado”.

(...)



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