miércoles, 11 de mayo de 2016

** PUES... ¡GRACIAS!




Creo que una actitud imprescindible en la vida es la de ser agradecido. A quien sea -a Dios, al Karma, a Budha, al universo o a la energía de los chakras que alimenta el alma-, da igual; el caso es que empezar cada nuevo día agradeciendo una nueva oportunidad para enmendar y redirigir los latidos de nuestros pasos es un bálsamo que nos genera positivismo y que nos dispone a dar y a recibir en clave de amor.




Dar las gracias implica humildad, sencillez, generosidad, apertura. Implica estar en paz con uno mismo y por ende, con el mundo. Al menos en una medida más o menos sensata, que siempre hay piedras en el camino que nos toca sortear. Yo confieso, -con la boca pequeña, lo sé- que mi paz se torna tormenta al volante, cuando me posee Mss. Hyde o cuando la ineficacia de la burocracia me salpica... mis más sinceras disculpas al cosmos ;-D.





Dar las gracias es un acto de bondad y genera una corriente de empatía y bienestar. Y pese a todo, se nos olvida hacerlo en múltiples ocasiones. No sé si es genético, cultural, educacional o un poco de todo, pero me da la sensación de que nos resulta mucho más fácil el enfado, el grito, el reproche. Lo explosivo en negativo, la crítica, la venganza. Y perdonar (que es el mayor ejemplo de gratitud) se queda relegado a un ejercicio en peligro de extinción.





Pedir disculpas es un hábito que vamos perdiendo con el paso de los años. Más o menos cuando vamos perdiendo la inocencia y la valentía de la niñez en la que jugar es el trabajo más serio que tenemos la obligación de realizar. De repente, dejamos que el odio y el rencor aniden en nosotros y nos deslizamos entre sus sinuosas avenidas, oscuras y dolorosas. Porque guardar resentimiento nos hace daño a todos los que participamos de él.

Bien es cierto que no siempre hay que olvidar (que una cosa es un malentendido y otra muy distinta una maldad) pero sí hay que hacer lo posible por dejar a un lado diferencias y equívocos, y avanzar. Todos tenemos derecho a equivocarnos y también a ser perdonados. Y evolucionar. Y volver a caminar juntos. Y quererse de nuevo. Hay agravios que pueden resultar imperdonables, puede ser, pero seremos muchísimo más felices si no tenemos presente, a cada minuto, el error, el fallo, el desacierto; si aprendemos a relativizar, que es un verbo que está lleno de esperanza y de segundas oportunidades.





Así pues, aprovecho estas líneas para dar las gracias a la gente de mi vida.

Gracias a mis chicos, a los que seguís confiando en mis manos y no me falláis nunca, a los que llenáis de luz el saloncito y volvéis, una vez más, con vuestras historias maravillosas.

Gracias a quien siempre tiene un ratito para regalarme magia, un ratito para latirme fuerte, para hacerme tocar el cielo.

Gracias a mis chicas.
Y gracias, también, a quien se quedó en el camino.

De corazón.
Paz y bien, mis chicos.