Me he encontrado este articulillo por ahí y lo comparto, que me ha parecido simpaticón. Al hilo ese de las atracciones fatales, de las relaciones tóxicas y de las pasiones y los deseos incontrolables que nos hacen perder la razón.
;-)
Con
este artículo pretendo ofrecer en un tono divertido y ameno una
visión fundamentalmente química de algo tan sencillo como
maravilloso que nos ocurre a todos alguna vez en la vida:
¡Enamorarnos!
Los
poetas nos han deleitado cantando al más maravilloso de los
sentimientos desde todos los ángulos y con infinitos matices, pero
los químicos también tenemos cosas que decir al respecto, quizás
menos seductoras pero no por ello menos importantes.
¿Por
qué nos enamoramos de una determinada persona y no de otra?
Innumerables investigaciones psicológicas demuestran lo decisivo de
los recuerdos infantiles -conscientes e inconscientes-. La llamada
teoría de la correspondencia puede resumirse en la frase:"cada
cual busca la pareja que cree merecer".
Parece
ser que antes de que una persona se fije en otra ya ha construido un
mapa mental, un molde completo de circuitos cerebrales que determinan
lo que le hará enamorarse de una persona y no de otra. El sexólogo
John Money considera que los niños desarrollan esos mapas entre los
5 y 8 años de edad como resultado de asociaciones con miembros de su
familia, con amigos, con experiencias y hechos fortuitos. Así pues
antes de que el verdadero amor llame a nuestra puerta el sujeto ya ha
elaborado los rasgos esenciales de la persona ideal a quien amar.
La
química del amor es una expresión acertada. En la cascada de
reacciones emocionales hay electricidad (descargas neuronales) y hay
química (hormonas y otras sustancias que participan). Ellas son las
que hacen que una pasión amorosa descontrole nuestra vida y ellas
son las que explican buena parte de los signos del enamoramiento.
Cuando
encontramos a la persona deseada se dispara la señal de alarma,
nuestro organismo entra entonces en ebullición. A través del
sistema nervioso el hipotálamo envía mensajes a las diferentes
glándulas del cuerpo ordenando a las glándulas suprarrenales que
aumenten inmediatamente la producción de adrenalina y noradrenalina
(neurotransmisores que comunican entre sí a las células nerviosas).
Sus
efectos se hacen notar al instante:
- El corazón late más deprisa (130 pulsaciones por minuto).
- La presión arterial sistólica (lo que conocemos como máxima) sube.
- Se liberan grasas y azúcares para aumentar la capacidad muscular.
- Se generan más glóbulos rojos a fin de mejorar el transporte de oxígeno por la corriente sanguínea.
Los
síntomas del enamoramiento que muchas personas hemos percibido
alguna vez, si hemos sido afortunados, son el resultado de complejas
reacciones químicas del organismo que nos hacen a todos sentir
aproximadamente lo mismo, aunque a nuestro amor lo sintamos como
único en el mundo.
Ese
estado de "imbecilidad transitoria", en palabras de Ortega
y Gasset, no se puede mantener bioquímicamente por mucho tiempo.
No
hay duda: el amor es una enfermedad. Tiene su propio rosario de
pensamientos obsesivos y su propio ámbito de acción. Si en la
cirrosis es el hígado, los padecimientos y goces del amor se
esconden, irónicamente, en esa ingente telaraña de nudos y
filamentos que llamamos sistema nervioso autónomo. En ese sistema,
todo es impulso y oleaje químico. Aquí se asientan el miedo, el
orgullo, los celos, el ardor y, por supuesto, el enamoramiento. A
través de nervios microscópicos, los impulsos se transmiten a todos
los capilares, folículos pilosos y glándulas sudoriparas del
cuerpo. El suave músculo intestinal, las glándulas lacrimales, la
vejiga y los genitales, el organismo entero está sometido al
bombardeo que parte de este arco vibrante de nudos y cuerdas. Las
órdenes se suceden a velocidades de vértigo: ¡constricción!,
¡dilatación!, ¡secreción!, ¡erección! Todo es urgente,
efervescente, impelente... Aquí no manda el intelecto ni la fuerza
de voluntad. Es el reino del siento-luego-existo, de la carne, las
atracciones y repulsiones primarias..., el territorio donde la razón
es una intrusa. Hace
apenas 13 años que se planteó el estudio del amor como un proceso
bioquímico que se inicia en la corteza cerebral, pasa a las neuronas
y de allí al sistema endocrino, dando lugar a respuestas
fisiológicas intensas.
El
verdadero enamoramiento parece ser que sobreviene cuando se produce
en el cerebro la FENILETILAMINA, compuesto orgánico de la familia de
las anfetaminas. Al
inundarse el cerebro de esta sustancia, éste responde mediante la
secreción de dopamina (neurotransmisor responsable de los mecanismos
de refuerzo del cerebro, es decir, de la capacidad de desear algo y
de repetir un comportamiento que proporciona placer), norepinefrina y
oxiticina (además de estimular las contracciones uterinas para el
parto y hacer brotar la leche, parece ser además un mensajero
químico del deseo sexual), y comienza el trabajo de los
neurotransmisores que dan lugar a los arrebatos sentimentales, en
síntesis: se está enamorado. Estos compuestos combinados hacen que
los enamorados puedan permanecer horas haciendo el amor y noches
enteras conversando, sin sensación alguna de cansancio o sueño.
El
affair de la feniletilamina con el amor se inició con la teoría
propuesta por los médicos Donald F. Klein y Michael Lebowitz del
Instituto Psiquiátrico de Nueva York, que sugirieron que el cerebro
de una persona enamorada contenía grandes cantidades de
feniletilamina y que sería la responsable de las sensaciones y
modificaciones fisiológicas que experimentamos cuando estamos
enamorados.
Sospecharon
de su existencia mientras realizaban un estudio con pacientes
aquejados de "mal de amor", una depresión psíquica
causada por una desilusión amorosa. Les llamó la atención la
compulsiva tendencia de estas personas a devorar grandes cantidades
de chocolate, un alimento especialmente rico en feniletilamina por lo
que dedujeron que su adicción debía ser una especie de
automedicación para combatir el síndrome de abstinencia causado por
la falta de esa sustancia. Según su hipótesis el, por ellos
llamado, centro de placer del cerebro comienza a producir
feniletilamina a gran escala y así es como perdemos la cabeza, vemos
el mundo de color de rosa y nos sentimos flotando. Su
actividad perdura de 2 a 3 años, incluso a veces más, pero al final
la atracción bioquímica decae. La fase de atracción no dura para
siempre. La pareja, entonces, se encuentra ante una dicotomía:
separarse o habituarse a manifestaciones más tibias de amor
-compañerismo, afecto y tolerancia-.
Con
el tiempo el organismo se va haciendo resistente a los efectos de
estas sustancias y toda la locura de la pasión se desvanece
gradualmente, la fase de atracción no dura para siempre y comienza
entonces una segunda fase que podemos denominar de pertenencia dando
paso a un amor más sosegado. Se trata de un sentimiento de
seguridad, comodidad y paz. Dicho estado está asociado a otra DUCHA
QUÍMICA. En este caso son las endorfinas -compuestos químicos
naturales de estructura similar a la de la morfina y otros opiáceos-
los que confieren la sensación común de seguridad comenzando una
nueva etapa, la del apego. Por ello se sufre tanto al perder al ser
querido, dejamos de recibir la dosis diaria de narcóticos.
Para
conservar la pareja es necesario buscar mecanismos socioculturales
(grata convivencia, costumbre, intereses mutuos, etc.), hemos de
luchar por que el proceso deje de ser solo químico. Si no se han
establecido ligazones de intereses comunes y empatía, la pareja,
tras la bajada de FEA, se sentirá cada vez menos enamorada y por ahí
llegará la insatisfacción, la frustración, separación e incluso
el odio. Parece
que tienen mayor poder estimulante los sentimientos y las emociones
que las simples substancias por sí mismas, aquellos sí que pueden
activar la alquimia y no al sentido contrario.
Un
estudio alemán ha analizado las consecuencias del beso matutino, ése
que se dan los cónyuges al despedirse cuando se van a trabajar. Los
hombres que besan a sus esposas por la mañana pierden menos días de
trabajo por enfermedad, tienen menos accidentes de tráfico, ganan de
un 20% a un 30% más y viven unos ¡cinco años más! Para Arthur
Sazbo, uno de los científicos autores del estudio, la explicación
es sencilla: "Los que salen de casa dando un beso empiezan el
día con una actitud más positiva".
Es
cierto, no podemos negarlo, es un hecho científico que existe una
química interna que se relaciona con nuestras emociones y
sentimientos, con nuestro comportamiento, ya que hasta el más
sublime está conectado a la producción de alguna hormona. No
hay una causa y un efecto en la conducta sexual, sino eventos
físicos, químicos, psíquicos, afectivos y comunicacionales que se
conectan de algún modo, que interactúan y se afectan unos a otros.
Existe,
sí, una alquimia sexual, pero se relaciona íntimamente con los
significados que le damos a los estímulos, y éstos con el poder que
les ha concedido una cultura que, a su vez, serán interpretados por
cada uno que los vive de acuerdo con sus recursos personales y su
historia. Esperemos que estos estudios en un futuro nos conduzcan a
descubrir aplicaciones farmacológicas para aliviar las penas de
amor.
PD: Hoy se me han quemado las verduras....
(...)
Mis chicos, os espero.
La vida es mucho más bonita con una buena dósis extra de ternura y de pasión.
Dejad que la magia del saloncito os envuelva...
¡¡¡Un besito lleno de luz!!!
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