El otro día me comentaba un conocido -estas cosas de la vida-, que no le gusta nada nada que le toquen, que se le acerquen más de la cuenta y que detesta sentir que todo el mundo parece querer decir algo posando alguna parte de su cuerpo en la suya (;-D). Me resultó, sobre todo, intrigante. Porque es verdad que a veces cuesta dejar que los demás entren en nuestra burbuja espacial, ya que no todo el mundo nos hace sentir cosas agradables. Es inevitable. Hay feelings en positivo y otros en negativo. No sé si es el aura, el karma, la boca (que pierde a más de uno), la amabilidad innata o las feromonas; pero el caso es que no todos gustamos a todos. Y eso debemos asumirlo como un dogma universal.
Pero retomo aquello del contacto físico; a mí, por regla general, no me importa. Es más, me resulta agradable, porque considero que un toque en el hombro, en el antebrazo, en la mano -bastante habituales como parte de una conversación- son gestos de cercanía. Y de algún modo, me inspiran (cierta) confianza. Claro que esos gestos hay que saber cuándo, dónde y con quien hacerlos, porque pueden producir, precisamente, el efecto contrario, que es lo que me decía este chico. Que cuando alguien se acerca más de la cuenta, siente un rechazo casi automático.
Pero en el otro extremo está el saloncito y la confianza que depositáis en mí cada vez que os abandonáis en mis manos. Cada vez que os dejáis mimar y dejáis que me acerque a vuestro espacio vital. Que lo invada, más bien. Es una sensación maravillosa saber que disfrutáis y que por un ratito olvidáis las cosas menos amables de la vida. La verdad es que compartir la ternura es un regalo maravilloso que armoniza auras, chakras y astros. Regalaos placer y sensaciones especiales con un dulce masaje...
PD: Me has enseñado a no conformarme con lo mediocre; a desear lo bueno, lo distinto, lo especial...
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