miércoles, 26 de febrero de 2014

** SIEMPRE DE VIAJE




Yo no creo en espectaculares cambios personales, en plan San Pablo cayéndose del caballo. El melodrama no va conmigo, la verdad. No creo en esos tsunamis vitales que de la noche a la mañana nos convierten en una persona nueva, auto-versionada y casi perfecta. No. Esas mutaciones no son reales, a no ser que alguien se ponga un disfraz y además se crea el personaje. E incluso en ese caso, no dejará de ser una burda ficción. Lo de fuera (casi) siempre es atrezzo; lo de dentro, lo que queda tras la tormenta, es lo que somos de verdad. Y lo que nos va llevando a nuestro ser más auténtico. P'al monte, vaya ;-)))





Todos tenemos una esencia básica, una tendencia natural. Y pensamos, sentimos y actuamos en base a los impulsos que nos envía nuestro córtex prefrontal, que coordina la coherencia de nuestro ser. Desde lo que nos viene dado por herencia genética hasta lo que las experiencias nos van enseñando, pasando por nuestras apetencias y gustos personales -que no siempre sabemos a qué se deben-, el cóctel está servido.




No hay dos personas iguales; las matemáticas no son lo mío pero puedo suponer que la combinación de cientos de adjetivos junto a los matices de millones de combinaciones genéticas y culturales, dan un número infinito de estilos de personas. Que como humanos pensantes y dolientes nos empeñamos en catalogar y delimitar en grupos similares por aquello de simplificar el tema relacional. "-Es que los Acuario sóis....", "-Mi número de eneagrama es...". A quien le sirva de leitmotiv organizar desde el racionalismo filosófico, perfecto. Pero personalmente no soy partidaria, la verdad. Me inclino más hacia la esencia propia e individual, hacia lo único y especial que tenemos cada uno de nosotros. Porque al final lo que a mí me vale es lo que una persona saca de mi (bueno, malo, regular) y lo que esa persona me hace sentir, en nuestro personal e intransferible tête a tête. Y es que cada relación es un mundo.





Construimos en base a demandas; lo que cada uno quiere, necesita, espera, sueña y anhela. Las personas nos gustan (o no) en base a lo que recibimos de ellas, esto es impepinable. Bien es cierto que hay ocasiones en las que alguien no nos gusta porque sí. Llamemosle energía, sexto sentido, emoción o vayaudasaber qué compleja mixtura de hormonas varias. Ninguna relación (del tipo que sea) se sustenta con éxito cuando la balanza no se equilibra. Y tampoco podemos intentar encajar a alguien con calzador; ni obviando cosas que nos duelen ni intentando modelar a la otra persona a nuestro gusto.Hay quien llega y se queda, porque todo fluye con sencillez. Es así de fácil y de complejo a la vez.





En lo tocante a las relaciones de pareja... hay tantas tonalidades como hombres y mujeres estableciendo sus propias normas de a dos. Qué compleja la madeja, cierto. Y qué desasosiego genera el no recibir lo que nos gustaría. Añadiendo dificultades -en plan 3000 obstáculos- está el hecho de que cuanto más mayores, más concisas nuestras premisas y más llena nuestra mochila, claro. Y necesidades distintas. Y menos ganas de dar explicaciones...





A día de hoy, a mis cuarenta y pocos tacos (¡grande, Sabina!) las prioridades, sin duda, son distintas que con quince años. Al menos las mías. En este momento del viaje, me quedo con quien sepa valorar y ofrecer pequeños detalles, sin bajar la guardia. Me quedo con la tranquilidad con un punto pícaro, con la ternura en armonía con la sensualidad, con la comunicación feroz. Me quedo con la permanente sensación de felicidad sin necesidad de fuegos artificiales. Me quedo con esa nota, ese mensaje, ese regalito porque sí. Me quedo con la conquista constante, dulce y ansiosa; con las ganas infinitas aunque se sacien a ratos, a suspiros, a susurros. A latidos.

Pongamo(no)s adjetivos sin límites.
Y dejémonos sorprender...





PD: Buen viaje a Paco de Lucía, allí donde estés.



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