viernes, 30 de enero de 2009

** LA ERÓTICA DEL TACÓN


... Ésto de que a los hombres os vaya el tema de los tacones -en plan sádico, encima- es un horror. Bueno, no voy a generalizar porque supongo que habrá más de una que opine que ir todo el día en tacones, haciéndose polvo el pié, la cadera y la columna vertebral es fantástico (;-D). Hay gente para todo y ¡menos mal!. Sea como fuere, para mí es un sufrimiento innecesario y como de momento no tengo cenas de gala en el Hilton, pues puedo prescindir de destrozarme el calcáneo. Me cuesta creer que incluso la mayor de las amantes de uno de los símbolos fetichistas por excelencia, disfrute subida a un andamio doloroso sea Loubutin o Blahnik. Mi maravillosa amiga Divax (sensacional drag que, por cierto, representará a la Comunidad Valenciana en la gala de carnaval de Gran Canaria) me confesó hace un tiempo que, las noches de actuación, acaba con los pies que no lo siente. ¡Y es un hombre!


Los tacones representan cierto poder, de acuerdo; es como subirse al estrado del mundo y gritar: "¡Miradme y admiradme plebeyos ignorantes! Aquí estoy yo. Soy vuestra Diosa y habéis nacido para obedecerme!". Es parte del atrezzo, una excusa para creerse irresistible y terriblemente seductora. Que no digo yo que no. (Ahora que no me oye nadie, he de confesar que si tuviera muchísimo dinero me lo gastaría en un par de zapatos de esos que casi se hacen a medida... aunque ¡negaré haberlo dicho!) Pero al cabo de un ratito de sufrimiento la cara maravillosa que habíamos estrenado para ser la más guapa de la fiesta, se convierte en una mueca terrorífica que grita a los cuatro vientos "!Por-qué-se-me-habrá-ocurrido-a-mi-comprarme-estos-*****-zapatos!". Menos mal que casi todas tenemos el mismo rictus de dolor, aunque disimulamos como jabatas por no admitir la derrota.




Me incluyo en el plural de ésta redacción porque soy mujer pero no uso tacones salvo en contadísimas ocasiones (inlcuso en cierta ceremonia que ya os contaré otro día, cambié unos zapatitos de cuña por unas zapatillas de deporte monísimas...). Cada una nos definimos hacia un modelo concreto de estilo, moda y complementos y yo siempre he optado por la COMODIDAD. En mayúsculas. Puedo suponer que me dá cierta envidia esos taconazos que estilizan pantorrillas y generan cierto morbo pero es que el dolor, de la índole que sea, no me deja pensar.



Es curioso lo diferentes que somos las personas. Tengo una sobrina "postiza" que no se bajaría de sus tacones ni para ir a la cama. El ritual para salir de casa (no os digo ya si es para salir de fiesta) es amplio y metódico y cuando llevo más de una hora esperándole ¡¡entiendo a los hombres!! Yo me ducho, me visto y me preparo en unos quince minutos (eso, sin correr) y estoy bien mona, aseada y presentable ;-DDDD.



Cuando los tacones pasan a ser obejto sexual, entonces nos encontramos con un fetichismo bastante extendido, dicho sea de paso. Muchos de los hombres a quienes he consultado, coinciden en que en varias de sus fantasías aparecen como objeto recurrente esas botas altas o esos taconazos que amenazan con "taladrar"alguna parte del cuerpo. Es como cierto ejercicio de dominación pero sin etiquetas amenazantes. Unos tacones infinitos y un cuerpo desnudo tienen el poder de cien ejércitos indomables ;-))). Y digo yo, ¿estrenaré por fín aquellas botas altas estilo D'artagnan que se antojaron y me costarón un pastón, cuando haga el curso de striptease? ;-DD



En cualquier caso, me molesta bastante que se asocie tacón a feminidad. No lo comparto, como tampoco comparto las directrices borregas de la moda o las castrantes tallas de pasarela. No se es menos femenina por llevar unas manoletinas o unas zapatillas de deporte. La feminidad es una actitud que se demuestra con gestos, caricias y miradas; se demuestra jugando, seduciendo, encandilando. Ser femenina es disfrutar del propio cuerpo, no venderse, no herirse, no dejarse. Ser femenina es abrir los brazos a la vida y sembrar ternura, es caminar con paso firme y decidido, es no querer parecer barbis anoréxicas sino gustarnos tal y como somos. Porque un disfraz de princesa no nos hace más delicadas pero un alma grande, sí. Así que...¿QUIEN NECESITA TACONES?



Besitos profundos,



desde la fantasía...



1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues yo me había comprado unos monísimos, de diez centímetros para carnaval, pero ya me estás asustando con eso de destrozar la cadera y la columna vertebral, jajaja. Bueno, como solo serán para una noche no creo que me desgracie demasiado.