En el ámbito deportivo, España es un país de pioneros, de fundadores de empresas legendarias y de grandes entrenadores. La única mujer que reúne estas condiciones es una señora rubia de gafas de colores, ademán enérgico, rompeviento North Face ceñido al cuello bajo la lluvia y voz imperativa. Voz de mando. De un mando impetuoso, arbitrario, deliberada y naturalmente impredecible, salpicado de tacos tramados de catalán y castellano, y ocurrencias geniales que conducen a territorios desconocidos. Si hubiera sido militar se habría destacado como esos capitanes de caballería que hicieron la guerra de guerrillas tras las líneas enemigas. Pero fue nadadora y hoy, cada vez que se sienta junto a la piscina y va despachando sentencias, sus 12 nadadoras le responden en la misma dirección. Como un cardumen.
'El Océano' es el resultado de una búsqueda precipitada. El equipo está tierno.
"Mejorar lo que teníamos siempre es muy difícil", avisa la entrenadora.
El equipo de Tarrés ha logrado 18 medallas en siete Mundiales.
"Hacemos cosas distintas o yo me aburro como una ostra...", asegura
-¿Qué coño hacéis? ¿Me queréis hacer el favor de levantar las patas con un poco más de intención?
Cuando Ana Tarrés i Campa (Barcelona, 1967) emite la orden, las chicas la miran silenciosas, asomando los ojos y las orejas por encima de la superficie del agua, como nutrias. Sin tiempo para discutir. Solo con un par de segundos para aspirar otra ración de aire antes de regresar al mundo submarino en el que se pasan seis horas diarias, seis veces por semana, al límite de la extenuación. Así, entre las gotas de una tormenta que descarga, en una tarde fresca de primavera, en la piscina descubierta del Centro de Alto Rendimiento de San Cugat, transcurrió una de las sesiones de mayo en las que investigaron cómo cerrar la coreografía de El Océano, la rutina libre por equipos que presentarán en Shanghái.
"Puntos fuertes, fortísimos, vamos a aportar en el dúo libre y en el equipo libre", dice Ana Tarrés, que desde hoy hasta el sábado dirigirá a su equipo a través de siete finales contra las rusas, las canadienses, las japonesas y las chinas. "Nos tiramos a la piscina con ojos de tiburón para hacer una coreografía sobre el mar. Vamos a intentar plasmar a través de movimientos y de música, sensaciones asociadas al mar, olas, animales... ¡Quiero que se vean peces, calamares, cangrejos, delfines...! ¡Quiero que vean a Poseidón!".
Cuando Ana Tarrés habla de tirarse a la piscina lo dice con doble sentido. El Océano, en la línea ideológica y temperamental de la directora técnica de la natación sincronizada española, es una bomba que precisa de una manipulación extremadamente cuidadosa para resultar eficaz. El Océano es el resultado de una búsqueda precipitada, sin apenas tiempo para hilar una coreografía tremendamente ambiciosa, plagada de figuras exigentes e innovadoras, casi siempre bordeando el tsunami. Para su ejecución precisa de nadadoras expertas y eso es algo que, por las condiciones de base de la natación sincronizada española, sin una cantera multitudinaria, es imposible de lograr de forma estable. En Shanghái el equipo está tierno.
"Mejorar lo que teníamos siempre es muy difícil", dice Ana Tarrés. "En La Casa Encantada, la coreografía con que fuimos a los Mundiales de 2009, la parte artística y de interpretación pesaba mucho y aquello lo hacía interesante. Pero con la nueva generación pasamos de un equipo de una media de 30 años a un equipo de una media de 20. Esto es brutal. Hemos invertido toda la primera parte de la temporada, desde los Europeos de Budapest, en mejorar la calidad física y técnica de las nadadoras. Intentar unificar el equipo. Que las ocho componentes tengan una técnica, una altura, una manera de nadar lo más parecida posible. Si no, hacíamos los equipos y veías a una por un lado, otra por el otro... ¡Un desastre! Y claro, mientras inviertes en esto no puedes invertir en lo demás. Nos pusimos a principios de año con la nueva música...".
Desde 1991, Ana Tarrés ha fundado una escuela. Junto con Beth Fernández, su ayudante de campo, ha formado una pareja capaz de enriquecer un mismo discurso desde ángulos distintos. El modelo está definido, pero, tras la retirada de Gemma Mengual, Irina Rodríguez, Raquel Corral y Gisela Morón, el núcleo duro de la vieja generación de nadadoras, el equipo está plagado de jóvenes sin recorrido que oscilan entre la perplejidad y la autocomplacencia.
"Nadie se puede pensar que vamos a ser capaces de presentar esta coreografía", dice Ana Tarrés. "En mayo, ni las propias chicas lo creían. Estábamos en pelota picada. Estaban ligeramente acojonadas. ¡Nada nos gusta! Es que para sacar una medalla de plata una tiene que tener unos mínimos. Cada vez el mínimo es más alto. Hemos retrocedido diez años en experiencia y lo tenemos que recuperar en estrategia: volver a hacer un bañador interesante, una historia interesante, una coreografía distinta... Nos tenemos que diferenciar, pero eso requiere tiempo. Y este año hemos ido en contra del tiempo. El tiempo es nuestro mayor enemigo. Porque tenemos que mantener los resultados sin los diez años que tuvimos antes: con las otras chicas tuvimos tiempo emocional, personal, deportivo, para poder llegar a un resultado".
De los siete Mundiales que ha dirigido Ana Tarrés, en los primeros tres el equipo se quedó fuera del podio. En los siguientes cuatro conquistó 18 medallas. Hasta 2009, España puso el acento en la expresividad. Ahora la técnica cree que es preciso cambiar. Cree que las nadadoras deben pensar menos en lucir su idiosincrasia y unificar gestos. "La sincronía no solo es física", advierte. "Tiene que ser emocional. Cuando hay pasión y estoy dispuesta a pagar el precio...".
Beth Fernández, que escucha atenta a su compañera de banquillo, apunta al problema que amenaza a las más jóvenes: "Cuando has perdido y te ha costado tanto llegar, luchas de una manera diferente por conseguir un resultado que cuando aun no has vivido todo esto. Es como cuando tus abuelos te dicen: 'Es que tú no has vivido la guerra'. ¡Yo no tengo la culpa! Es difícil. Nos está costando. Vivimos una eterna amenaza: '¡Es que nos van a dar, es que nos van a dar...!'. ¿Cómo les hacemos entender que venimos de la guerra si ellas nunca han perdido?".
"Está muy bien", prosigue Ana Tarrés, "que empleemos las mejores coreografías, para mantener el hilo, porque nosotros somos así, es nuestro leit motiv, o hacemos cosas distintas o yo me aburro como una ostra... Es que no sé hacerlo de otra manera... ¡Es que yo me aburro! Pero al final estamos en un deporte donde, llegados a este nivel físico y de ejecución, solo tenemos que sincronizar. Ahí es donde debemos centrar todos nuestros esfuerzos".
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