miércoles, 8 de junio de 2011

**SINCERAMENTE EMPÁTICOS (O VICEVERSA)


Hay dos cosas básicas en toda relación humana: la EMPATÍA y la SINCERIDAD. Son la amalgama de otros muchos aspectos que conforman el entremado complejo y en ocasiones doloroso de esos vínculos que establecemos, esos en los que dejamos al descubierto el corazón, a expensas de las otra persona y de las circunstancias que nos van rodeando.

La empatía deriva del vocablo griego antiguo εμπαθεια, formado εν, 'en el interior de', y πάθoς, 'sufrimiento, lo que se sufre'. No dice lo que se vive, lo que se siente, lo que se quiere, no; dice lo que se sufre. Se denomina también  inteligencia interpersonal y se refiere a la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que otro individuo puede sentir. También es un sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra.


La mente humana tiene en común sensaciones y sentimientos. La única diferencia entre dos personas es el momento en el que se muestran dichos sentimientos, provocando emociones que motivan a actuar. Que una persona no sienta igual que otra en un momento dado, es por razones educativas, predisposición genética y condicionantes hormonales, que inducirán a encauzar los estímulos de una forma u otra. Por eso, infieren que la empatía es posible en un individuo capaz de razonar acerca de sí mismo, evaluar sus sentimientos y razonar acerca de otras personas de forma que no tienda a justificar sus propios deseos. Parece, además, que esta capacidad es susceptible de desarrollo y aumento, sobre todo cuando las necesidades afectivas y emocionales han estado cubiertas desde los primeros años de vida.

La empatía sirve para salir de nuestro ombligo y poder mirar un poco más allá, poder ponernos en la piel del otro y desde su perspectiva, entender el conflicto que en un momento determinado puede llegar a alejarnos. La empatía permitre hacer nuestros los pensamientos ajenos, los sentimientos, las necesidades, los miedos, las esperanzas. Muchas son las veces en las que no podremos entender por qué personas maravillosas y que apreciamos de corazón, toman las decisiones que toman; desiciones bajo criterios que nos resultan absurdos, estrafalarios y erróneos. Pero quizá esa decisión acabe siendo la tabla de salvación de esa persona estupenda. Quizá no entendamos, no compartamos, no ubiquemos, no.... pero las decisiones personales son precisamente, eso, personales e intransferibles.


Que no quiere decir que no podamos dar nuestra opinión -si se nos pide, si sabemos que podemos darla-; pero no podemos permitirnos el lujo de juzgar, de faltar al respeto, de menospreciar las acciones del prójimo. Quizá pensemos que nosotros no lo haríamos así o que su decisión va a tener consecuencias nefastas. Quizá. O quizá no. Pero en cualquier caso, la única forma de aprender las lecciones de la vida, es viviéndolas en propia carne; es experimentando y dando una oportunidad a la ciencia frente a la fe. Que sí, que la fe mueve montañas y en ocasiones sólo nos queda eso, pero aquello de -"¿y si yo hubiera decidido...?" no es buen compañero de viaje.

Así que permítamonos el fasto -y permitámoselo a los demás- de probar, de errar, de acertar, de optar y de hacer las apuestas que nos dicte el corazón. O la razón. O ambos, cada cual a su manera. COMPRENSIÖN y RESPETO, ese es el resúmen. Con los demás y con nosotros mismos.


Y la sinceridad hace de puente, de hilo conductor. No siempre nos gusta oir la verdad e incluso no siempre es fácil decirla. Pero es necesaria; imprescindible, incluso. Para saber, para entender, para acoger. Para poder sembrar en positivo y que dicha siembra resulte provechosa. Sinceridad para saber qué se espera de mi, qué puedo cambiar para no hacer daño, qué debo tener en cuenta antes de lanzarme en plan kamikaze...(bueno, se permite la licencia de ser kamikaze sólo cuando hay una rubia con el número dos e Iñaki Soplón lo manda. Digo.). Sinceridad de la que hace crecer, la que hace hacer, la que ayuda a rectificar, la que allana el camino, la que acerca posturas, la que aúna criterios, la que construye. Esa sinceridad. Porque al final lo importante es avanzar, es amar sin barreras, crecer sin miedos y sin lágrimas gratuítas. Lo que importa es la felicidad -la propia y la ajena-, la armonía ,la dulzura, la ternura. La paz.


Que el camino no es fácil ya lo vamos sabiendo a medida que nos vamos haciendo mayores, pero a veces entenderlo nos cuesta un bofetón o dos. O mil.  A veces necesitamos el chaparrón para sentir cómo cala el agua. Y no tiene por qué ser tarde, aunque nos hayamos empapado hasta el alma. Si optamos, si creemos, si sabemos que el objetivo final merece la pena... entonces no hay juicios ni prejuicios que nos deban detener. Siempre, por supuesto, bajando un peldañito, si eso...


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