QUE DIEZ AÑOS NO ES NADA...
Estoy un poco indignada porque todo lo que se apostilla últimamente a la waka-relación entre la cantante colombiana Shakira y el jugador del Barça Gerard Piqué es que ella es 10 años mayor que él. Que yo sepa, no hay codazos ni a nadie se le levanta una ceja cuando la diferencia de edad es al revés y, en nuestro entorno, eran más que aceptables las parejas formadas por José Saramago y Pilar del Río, Camilo José Cela y Marina Castaño o Mariano Rubio y Carmen Posadas (lo de Berlusconi no cuenta: él es primer ministro, ellas menores y hay un sucio juego de prostitución por medio).
Otra presunta asaltacunas, Demi Moore, la pobre, está cansada de explicarle a la gente que, aunque se lleven 15 años, ella no tiene que cambiarle los pañales a Ashton Kutcher. Aunque quizá debería castigarle alguna vez sin twitter, porque al jovenzuelo no se le ocurrió otra cosa hace tiempo que colgar una foto de su señora esposa en bragas para que sus miles de seguidores vieran el magnífico culo de Demi en tiempo real.
En cualquier caso, Demi, Shakira y todas esas espléndidas mujeres que entre los 30 y los 40 tienen a su lado a hombres más jóvenes que ellas son más listas que el hambre, y ellos lo son todavía más. Vamos, que ni Kutcher ni Piqué (señores que están muy por encima del Código Penal, por cierto) tienen un pelo de tontos y, probablemente, menos complejo de Edipo de lo que muchos se piensan. Y es que, es a partir de la treintena cuando una mujer se convierte en la hembra con la que los hombres soñaban cuando sujetaban el Penthouse con una mano a solas en el baño.
No lo digo yo, lo dicen todos los psiquiatras, empezando por Eugenio, el marido de mi amiga Marta, que afirma que la mujer alcanza su mayor intensidad sexual cuando la del hombre comienza a decaer. Siempre hay excepciones, pero al parecer, los chicos están que se comen el mundo entre los 18 y los 30 años (que es cuando te dicen esas cosas tan bonitas de “ven pa’ acá, que te vas a enterar de lo que es bueno”, “mañana te va a doler al sentarte”, “te voy a echar 10 polvos sin sacarla”… y a veces son capaces de cumplir sus amenazas), pero a partir de ese momento la cosa comienza a descender gradualmente. A veces, incluso de manera palpable… vamos, que a muchos no hay forma de que se les mantenga tiesa ni con una grúa y hay algunos que fingen un pequeño desmayo al terminar el primero para que no les pidas bises.
Sin ir más lejos me pasó el otro día, cuando un sujeto sólo un año menor que yo (35), haciendo un esfuerzo sobrehumano, consiguió aguantar 10 minutos hasta que tuve un solitario y desangelado orgasmo antes de declararse incapaz de seguir, ni fuerte ni flojo, y ni siquiera llegó a correrse. Vamos, que lo mejor que hizo esa noche fue no quedarse a dormir en mi casa.
En la mujer, al parecer, sucede al revés. En la veintena algunas no están sobradas de ganas y van por la vida con un complejo de bella durmiente que es un desperdicio, pero es a partir de los 30 (y luego otra vez mediados los 40) cuando se nos despierta la libido. Y ahí, justo en ese momento, es cuando las mujeres de mi generación y algo mayores necesitamos a todos los Ashton Kutcher y Gerard Piqué del mundo, porque los hombres de nuestra quinta van buscando jovencitas que gastan menos en cremas antiarrugas que nosotras pero que, a los 10 minutos, ya no saben qué hacer con la eterna erección de una viagra.
Ilustración: Luci Gutiérrez
Salvo honrosas excepciones como la de Michael Douglas, que supo reconducir su presunta adicción sexual a satisfacer los apetitos de la presuntamente insaciable Catherine Zeta-Jones, dicen los psiquiatras que, cerca de los 60 años, son pocos los hombres que se mantienen activos a un nivel satisfactorio para una mujer 20 años más joven. Así es que, desde el punto de vista erótico, las uniones entre un chico de 25 años y una dama de entre 30 y 45 están benditas, ya que ambos están en lo mejor de sus vidas sexuales.
El error está en visualizar a Elizabeth Taylor, Gina Lollobrigida, Sara Montiel o la Duquesa de Alba, que, ole sus ovarios, hacen lo que les viene en gana frente a una sociedad de hipócritas. Hay que pensar en el culo de Demi, en las caderas de Shakira, en las interminables piernas de Mrs. Robinson… y en que, a esos gallardos veinteañeros llenos de energía, de ganas de experimentar y con la herramienta siempre a punto y bien templada, les echas encima de la cama y ya saben para lo que es.
Y doy fe. Las mejores noches que he pasado últimamente ha sido en brazos de hombres más jóvenes que yo que han sido lo suficientemente inteligentes como para no preguntar la edad de una mujer que les atrae o para no salir corriendo cuando el tema sale en la conversación. La última vez él tenía 28 años, los ojos azules, el pelo castaño claro ensortijado y una capacidad de recuperación digna de un atleta. Le apetecía todo en la cama, no tenía miedos, ni manías y se demoraba deliciosamente en acariciar mi culo mientras me daba placer en una amplia variedad de posiciones (pelín contorsionista, eso sí).
Le gustó follar conmigo, o eso dijo, “porque estás siempre húmeda y caliente, Pandora, no hay que pedirte nada, te conoces todas las posturas y te corres que da gusto verte. No como las chicas de mi edad, que no se salen de lo clásico y parece que te están haciendo un favor”. Teoría confirmada.
Aunque en el fondo yo creo que, en realidad, lo que más ilusión le hizo fue que le dejé enredar un rato largo con mi extensa colección de gadgets eróticos. Tú dale algo con motor y pilas a uno de estos jovenzuelos de la generación PlayStation, que ya verás la que te lían.
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/lacamadepandora/2011/03/03/que-10-anos-no-es-nada.html
;-D
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