Ayer estuve en Mestalla, viendo jugar al Valencia contra el Athletic de Bilbao. El corazón repartido, la verdad y entre una marea de seguidores euskaldunes, celebrar los DOS goles del Valencia fue duro, duro ;-D-.Curiosamente, mi tierra de adopción ha podido más, no sé muy bien por qué. El caso es que me lo pasé genial y aunque el partido fue aburridete, volví a maravillarme de ese fenómeno psico-sociológico que es el fútbol.
(...)
Me ha encantado esta entrada que he descubierto por la red; es un blog que lo firma un tal Paco, creo, pero no consigo saber más datos de él. Con su permiso, pasad y leed, creo que atina muy mucho.
FÚTBOL: FENÓMENO DE FENÓMENOS
"El mundo es redondo porque Dios es hincha del fútbol"
;-)
¿Por qué el fútbol es un fenómeno social? (I)
En muchas ocasiones me han preguntado cómo el fútbol, un deporte concebido como otros muchos, ha conseguido embaucar, a diferencia del resto, a todo el planeta sin excepción. Varios son los factores que lo explican:
Primero. El fútbol es el deporte más democrático que existe. Y es el más democrático porque es el más barato de practicar, lo que le convierte en un aliado de pobres y desfavorecidos ayudando a su expansión por todos los rincones del planeta. En cualquier momento y en cualquier lugar se puede organizar un partido de manera improvisada. Todos lo hemos hecho alguna vez. El equipo necesario es mínimo. Basta un par de camisetas para cada portería –o dos árboles, o dos piedras, o incluso un banco de la calle sirve–; unos cuantos para un lado y otros cuantos para el otro; una pelota, si es que la hay, en muchos casos es un lujo; si no, basta una pelota de papel prensado y atado con gomas, todo ello metido en una media de mujer, como hacía Di Stefano; o una naranja, como usaba Pelé; o una bolsa de plástico rellena, como utilizaba Samuel Eto´o entre chabolas de su ciudad natal de Douala en Camerún; o una lata de refresco, cualquier niño en alguna ocasión ha jugado con ella; si no hay zapatillas –en barrios del Tercer Mundo es así– se juega descalzo o los chicos se las reparten entre el que tiene que estar en el terreno de juego y el que descansa. El fútbol, siempre solidario, se abstrae de consideraciones económicas y se acerca de manera incondicional a las clases menos afortunadas.
Segundo. La simplicidad de las reglas de juego. Es otro de los factores que ha contribuido a su notoriedad. Explicarle a cualquier persona que nunca haya acudido a ver un partido de fútbol en qué consiste es relativamente sencillo. El diccionario de la Real Academia Española lo define así: “Juego entre dos equipos de once jugadores cada uno cuya finalidad es hacer entrar un balón en una portería conforme a reglas determinadas, de la que la más característica es que no puede ser tocado con las manos ni con los brazos”. Las 17 reglas de la International Board son simples y claras y poco se han retocado con el paso de los años. La única norma un poco más enrevesada, el “fuera de juego”, es fácilmente comprensible: ningún jugador del equipo atacante puede estar más adelantado que el último defensa del equipo contrario. Y poco más. En otros deportes –cricket, fútbol americano, béisbol...– la comprensión del juego no resulta tan sencilla.
Tercero. La imprevisibilidad del desenlace. El misterio del resultado, corto casi siempre, incrementa la incertidumbre, que según algunos estudios[1], es la variable más determinante de la asistencia a los estadios: “La calidad y la incertidumbre explican la demanda del producto básico y genuino del fútbol”[2]. El sociólogo brasileño, Roberto Matta, escribía: “La inmensa popularidad del fútbol es porque en la cancha se vive algo así como la sociedad perfecta: absoluta igualdad, equidad, libertad dentro de ciertas reglas, no hay favoritismos, cada cual vale por su talento, méritos, y eso da una idea de una sociedad perfectamente organizada”[3]. Roy Atkinson antes de un encuentro afirmaba: “Voy a dar un pronóstico: puede pasar cualquier cosa”; y Vujadin Boskov decía: “El fútbol es imprevisible porque todos los partidos empiezan con cero a cero”. En la misma línea se pronunciaba Di Stéfano: “Ganará el que meta más goles”. En el fútbol hasta lo más predecible puede convertirse en impredecible en cuestión de segundos, lo que añade más emoción a los encuentros. Ocurrió en la temporada 2004/05. El 12 de diciembre de 2004, durante la jornada XV del Campeonato de Liga que enfrentaban a Real Madrid y Real Sociedad en el Estadio Santiago Bernabéu, en el minuto 39 de la segunda parte y con empate a un gol, se producía un aviso de bomba que obligaba a suspender el partido y desalojar el estadio. Los minutos restantes –seis en total– decidieron celebrarse el miércoles 5 de enero de 2005. Prácticamente sería un acto administrativo para cumplir el trámite. Pero no. Ocurrió. El Real Madrid consiguió un penalti a su favor al poco de reanudarse el encuentro que fue transformado por el francés Zinedine Zidane.
Cuarto. La polémica de los encuentros. En el fútbol profesional –probablemente no sea así en cualquier otro deporte– caracterizado por marcadores ajustados[4], los errores arbitrales son casi siempre determinantes en del resultado final del partido, lo que alimenta la comidilla del debate durante y después del partido. Esto no ocurre por ejemplo, en el baloncesto, donde la equivocación al pitar una falta o una canasta no suele tener una incidencia determinante en el marcador final; o en el tenis, sobre si una bola entró o no entró; o en el balonmano, sobre el pasivo pitado; y, en general, en el resto de las competiciones deportivas. En alguna ocasión se ha dicho que “hablar de fútbol y no hablar del árbitro es tan difícil como contar el cuento de caperucita roja y no hacer alusión al lobo feroz”. Esta responsabilidad del señor colegiado sobre el marcador ayuda a descargar culpabilidades cuando es el equipo propio el que no gana y fomenta la tertulia. Pase lo que pase, el árbitro –enemigo de todos– es cabeza de turco. El diario The Observer dijo en una ocasión: “Nadie ama a los árbitros excepto las esposas de los árbitros”. Los perjudicados se defienden como pueden. El italiano Pierluigi Collina decía: “El fútbol no es un juego perfecto. No comprendo por qué se quiere que el árbitro lo sea”. Para algunos “el árbitro perfecto debería tener seis ojos, cuatro pulmones, media boca y cero corazón”[5]. La moviola es un ingrediente esencial a lo que es este deporte y casi nunca existe unanimidad en el diagnóstico. La repetición; la repetición de la repetición después; el resumen del partido más tarde; los programas radiofónicos del día siguiente, son excusa perfecta para debatir y explicar el porqué de un resultado y no otro.
Primero. El fútbol es el deporte más democrático que existe. Y es el más democrático porque es el más barato de practicar, lo que le convierte en un aliado de pobres y desfavorecidos ayudando a su expansión por todos los rincones del planeta. En cualquier momento y en cualquier lugar se puede organizar un partido de manera improvisada. Todos lo hemos hecho alguna vez. El equipo necesario es mínimo. Basta un par de camisetas para cada portería –o dos árboles, o dos piedras, o incluso un banco de la calle sirve–; unos cuantos para un lado y otros cuantos para el otro; una pelota, si es que la hay, en muchos casos es un lujo; si no, basta una pelota de papel prensado y atado con gomas, todo ello metido en una media de mujer, como hacía Di Stefano; o una naranja, como usaba Pelé; o una bolsa de plástico rellena, como utilizaba Samuel Eto´o entre chabolas de su ciudad natal de Douala en Camerún; o una lata de refresco, cualquier niño en alguna ocasión ha jugado con ella; si no hay zapatillas –en barrios del Tercer Mundo es así– se juega descalzo o los chicos se las reparten entre el que tiene que estar en el terreno de juego y el que descansa. El fútbol, siempre solidario, se abstrae de consideraciones económicas y se acerca de manera incondicional a las clases menos afortunadas.
Segundo. La simplicidad de las reglas de juego. Es otro de los factores que ha contribuido a su notoriedad. Explicarle a cualquier persona que nunca haya acudido a ver un partido de fútbol en qué consiste es relativamente sencillo. El diccionario de la Real Academia Española lo define así: “Juego entre dos equipos de once jugadores cada uno cuya finalidad es hacer entrar un balón en una portería conforme a reglas determinadas, de la que la más característica es que no puede ser tocado con las manos ni con los brazos”. Las 17 reglas de la International Board son simples y claras y poco se han retocado con el paso de los años. La única norma un poco más enrevesada, el “fuera de juego”, es fácilmente comprensible: ningún jugador del equipo atacante puede estar más adelantado que el último defensa del equipo contrario. Y poco más. En otros deportes –cricket, fútbol americano, béisbol...– la comprensión del juego no resulta tan sencilla.
Tercero. La imprevisibilidad del desenlace. El misterio del resultado, corto casi siempre, incrementa la incertidumbre, que según algunos estudios[1], es la variable más determinante de la asistencia a los estadios: “La calidad y la incertidumbre explican la demanda del producto básico y genuino del fútbol”[2]. El sociólogo brasileño, Roberto Matta, escribía: “La inmensa popularidad del fútbol es porque en la cancha se vive algo así como la sociedad perfecta: absoluta igualdad, equidad, libertad dentro de ciertas reglas, no hay favoritismos, cada cual vale por su talento, méritos, y eso da una idea de una sociedad perfectamente organizada”[3]. Roy Atkinson antes de un encuentro afirmaba: “Voy a dar un pronóstico: puede pasar cualquier cosa”; y Vujadin Boskov decía: “El fútbol es imprevisible porque todos los partidos empiezan con cero a cero”. En la misma línea se pronunciaba Di Stéfano: “Ganará el que meta más goles”. En el fútbol hasta lo más predecible puede convertirse en impredecible en cuestión de segundos, lo que añade más emoción a los encuentros. Ocurrió en la temporada 2004/05. El 12 de diciembre de 2004, durante la jornada XV del Campeonato de Liga que enfrentaban a Real Madrid y Real Sociedad en el Estadio Santiago Bernabéu, en el minuto 39 de la segunda parte y con empate a un gol, se producía un aviso de bomba que obligaba a suspender el partido y desalojar el estadio. Los minutos restantes –seis en total– decidieron celebrarse el miércoles 5 de enero de 2005. Prácticamente sería un acto administrativo para cumplir el trámite. Pero no. Ocurrió. El Real Madrid consiguió un penalti a su favor al poco de reanudarse el encuentro que fue transformado por el francés Zinedine Zidane.
Cuarto. La polémica de los encuentros. En el fútbol profesional –probablemente no sea así en cualquier otro deporte– caracterizado por marcadores ajustados[4], los errores arbitrales son casi siempre determinantes en del resultado final del partido, lo que alimenta la comidilla del debate durante y después del partido. Esto no ocurre por ejemplo, en el baloncesto, donde la equivocación al pitar una falta o una canasta no suele tener una incidencia determinante en el marcador final; o en el tenis, sobre si una bola entró o no entró; o en el balonmano, sobre el pasivo pitado; y, en general, en el resto de las competiciones deportivas. En alguna ocasión se ha dicho que “hablar de fútbol y no hablar del árbitro es tan difícil como contar el cuento de caperucita roja y no hacer alusión al lobo feroz”. Esta responsabilidad del señor colegiado sobre el marcador ayuda a descargar culpabilidades cuando es el equipo propio el que no gana y fomenta la tertulia. Pase lo que pase, el árbitro –enemigo de todos– es cabeza de turco. El diario The Observer dijo en una ocasión: “Nadie ama a los árbitros excepto las esposas de los árbitros”. Los perjudicados se defienden como pueden. El italiano Pierluigi Collina decía: “El fútbol no es un juego perfecto. No comprendo por qué se quiere que el árbitro lo sea”. Para algunos “el árbitro perfecto debería tener seis ojos, cuatro pulmones, media boca y cero corazón”[5]. La moviola es un ingrediente esencial a lo que es este deporte y casi nunca existe unanimidad en el diagnóstico. La repetición; la repetición de la repetición después; el resumen del partido más tarde; los programas radiofónicos del día siguiente, son excusa perfecta para debatir y explicar el porqué de un resultado y no otro.
[1] Según el estudio el monopolio de la victoria de un equipo es un peligro para la asistencia a los campos de juego. El estudio pone de manifiesto que comparando un partido entre dos equipos entre los que existe rivalidad y otros dos entre los que no existe tal rivalidad, puede incrementarse en el primer caso la asistencia al estadio un 50%. Ver Fútbol Profesional, nº5, noviembre de 2001, págs 18-20.
[2] La demanda, o el interés, de las competiciones aumenta conforme menores sean las diferencias entre las capacidades de los competidores y, por lo tanto, más impredecible sea el resultado final. Es lo que se conoce como la paradoja Louis–Schmelling, puesta de manifiesto en 1964 por Walter Neale en su paper The peculiar economics of professional sport. Es así nombrada en honor de un famoso combate de boxeo: Supongamos a un boxeador profesional, campeón del mundo, que quiere maximizar sus ingresos. Necesitará un oponente; cuanto más duro sea, mayores serán los ingresos fruto del combate. El monopolio en este caso sería un desastre dado que privaría al boxeador de combate y, por lo tanto, de ingresos.
[3] Entrevista a Mario Vargas Llosa por Antonio Astorga, ABC, domingo 13 de julio de 2008, p. 101.
[4] La media de goles por encuentro en el Campeonato Nacional de Liga 2006/07 fue de 2,48, esto es, 1,24 por equipo.
[5] Las leyes del fútbol, Daniel Samper y Rafael Gordillo, Temas de Hoy, 2000, p. 80.
¿Por qué el fútbol es un fenómeno social? (y II)
Quinto. La “opinabilidad” es otro de los factores que ha ayudado a su difusión. El fútbol no es ciencia y como tal, admite opiniones. En la ciencia, la verdad es conocida de antemano: si se mezcla ácido con base se obtiene sal más agua (en un entorno no forzado). En el fútbol esto no sucede, y eso lo convierte en un elemento de debate y discusión. El fútbol es el deporte del que todo el mundo sabe... y mucho.
Los orígenes de la tertulia futbolística en nuestro país se remontan a la época de la dictadura. En un contexto social en el que casi todo estaba censurado, el fútbol actuó de válvula de escape. Los ciudadanos no podían charlar de temas políticos ni criticar al régimen por lo que el balompié ayudó a desviar la atención sobre estos asuntos que no interesaba que estuviesen en boca de la gente y se convirtió en un vehículo ideal a través del cual canalizar las diferencias de pensamiento. A ello contribuyeron en gran medida los medios de comunicación. La prensa permitió cubrir ese hueco, con lo cual los ciudadanos ya tenían un tema para discutir, criticar y con qué conversar sin ningún temor de represión del régimen político.
El discurrir de este proceso ha dado como resultado que todos somos –sin serlo– entrenadores y presidentes; y además creemos saber más que el resto; y más aún, los demás no tienen ni idea. En el fútbol todo está sometido al escrutinio de la opinión pública: la disposición táctica del entrenador, los fichajes, la gestión empresarial, el juego o cualquier otro aspecto. Todo el mundo opina, participa y entiende. Hay tantos entrenadores como personas. Todos llevamos uno dentro; y además, somos mejores que los demás. Las críticas, ex post y nunca ex ante, animan el debate: “Varios cientos de miles de españoles, a lo mejor millares de miles, aplican sus energías de los lunes, los martes y los miércoles a glosar los lances del partido de fútbol que ya pasó, y sus arrestos de los jueves, los viernes y los sábados a predecir los aconteceres del partido de fútbol que está al caer. Los domingos descansan y van al fútbol: a sufrir o solazarse, honestamente, viendo sufrir a los demás” (Camilo José Cela).
Hace unos años me propuse contrastar empíricamente una vieja suposición que tenía desde hacía algún tiempo. Pedí a personas cercanas a mi entorno que preguntasen de manera aleatoria entre gente conocida la siguiente pregunta: ¿Usted cuánto cree que sabe de fútbol? Las opciones de respuesta eran tres: a) mucho; b) normal; c) nada. De mil respuestas obtenidas, el 90 por ciento, 900 personas, contestó la primera opción. La evidencia empírica era concluyente, aunque el sentido común nos hubiese llevado a conclusiones similares.
Sexto. La necesidad del grupo. Aristóteles afirmaba que “el hombre solitario o es una bestia o es un Dios”. También decía el de Estagira de Tracia que “el hombre es un ser social por naturaleza”; necesita de los demás, y en algunas culturas –como las latinas y las mediterráneas donde la necesidad de afiliación es mayor– esta necesidad es aún más fuerte. En el fútbol, el sentimiento de grupo se manifiesta de manera muy acusada ya que permite concentrar a un gran número de personas que comparten una ideología común sin fisuras: la victoria de su equipo. A la hora de defender los colores de la selección no existen diferencias de ningún tipo; Todos somos aceptados dentro del mismo grupo como uno más independientemente de nuestro estatus, clase social, edad, sexo, procedencia o tendencia política, lo que nos hace sentirnos cómodos.
Séptimo. El poder de la ilusión. Fue una poetisa rusa quien afirmaba que “lo peor de la vida no es no cumplir nuestros sueños sino no tener sueños que cumplir”. La ilusión es el motor de la vida. El hombre es un ser proyectivo, necesita de ilusiones y vive empapado de futuro; el mañana es el que nos moviliza y tira de nosotros para adelante. Por eso, se ha dicho que “gran parte de la pasión futbolística depende de esperar cosas que no suceden necesariamente”. El fútbol mantiene a la gente expectante como a un niño la llegada de los reyes magos. Cada partido despierta la esperanza de los seguidores por derrotar al contrario –lo que nos hace estar vivos y alegres–, cosa que, en el caso de ocurrir, alimenta aún con más fuerza la espera del siguiente encuentro.
Octavo. El fútbol como desatascador de tensiones. Séneca decía que “empezar a vivir es empezar a sufrir”. La vida no es fácil y para unos menos que para otros. Por este motivo, todos necesitamos de vez en cuando evadirnos del asfixiante día a día y refugiarnos en un mundo donde los problemas quedan anestesiados, algo así como “un escape de la realidad inmediata”, según Raymond Carr. El fútbol lo hace posible. Javier Marías describió a este deporte como “la recuperación semanal de la infancia”, un mundo sin preocupaciones en el que al menos durante noventa minutos todo es secundario. El escritor argentino Osvaldo Soriano también se refirió al aspecto infantil del balón, “nada más que una fantasía, dibujitos animados para mayores”.
Todas estos motivos han convertido al fútbol en el rey de los fenómenos. Nada comparable al poder de movilización del balón. Su capacidad de influencia rebasa cualquier tipo de barrera. Ya no es posible utilizar como antaño el argumento de que el fútbol es el “opio del pueblo” propio de los fascismos o las dictaduras sudamericanas del siglo XX. En tiempos de democracia, reducir el espectáculo a eso sería infravalorar un fenómeno que ya no sólo seduce a las clases de menor nivel cultural sino también a las más pudientes.
(...)
Y lo dicho, el Mundial a la vuelta de la esquina y Larri haciendo apuestas y pegada a la tele como si no hubiera más mañana.Ver para creer... ;-)
1 comentario:
Blog muy variado e interesante
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